Estoy debilitado - Salmo 38
- Guido A. Samudio R.
- 20 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Cuando hemos hecho algo malo, todos hemos sido corregidos y algunas veces, de manera pública; y suele suceder que tendemos a poner nuestra atención en aspectos secundarios como la burla o menosprecio de los otros en lugar de ocuparnos precisamente en lo que de verdad importa que es el consejo que nos da la persona que nos corrige. En el Salmo 38 vemos que Dios corrige a David y nos da a todos sus hijos una lección de vital importancia al respecto. Señor, no me reprendas en tu enojo;
¡no me castigues en tu ira! v.1 David pide a Dios que aparte de él su ira. Lo primero que nos enseña Dios es que El nos castiga y corrige con amor y ternura para que andemos en sus hermosos caminos, así lo dice también en Hebreos 12:5-7: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda; porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.» Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline?
En el v.2 vemos a David lamentándose amargamente por las manifestaciones del desagrado de Dios contra él: Tus flechas se han clavado en mí; ¡sobre mí has dejado caer tu mano! Con esta metáfora se está refiriendo a una enfermedad por la cual está pasando, v.3: nada sano hay en mi cuerpo. Podemos ver entonces que Dios disciplina y azota a sus hijos para corregirles sus malas acciones. Este salmo fue escrito por David después que cometió tan grande pecado de adulterio y asesinato aquella vez que no fue a la guerra y adulteró con Betsabé, mandando a matar a su esposo Urías cuando ésta quedó embarazada (2Samuel 11). Por estos pecados, Dios reprendió a David dejando que uno de sus hijos le traicione y le expulse del trono en Jerusalén después de haber dado muerte a uno de sus hermanos; y como lo relata el v.3 también dejó el Señor que la enfermedad aflija a David.
Además vemos en v.3 que David reconoce su pecado como causa de todos sus males: Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. El salmista gime bajo el peso de su culpa más que por el peso de cualquier otra aflicción, ya sea la violación de su hija, la muerte de uno de sus hijos, la persecución mortal que está sufriendo, o el mismo insoportable dolor físico por su enfermedad. A causa del pecado humano es que se debe la indignación divina, la cual David reconoce como justificada y bien merecida, así lo dice en el v.4: Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; así se evidencia que el haber pecado contra Dios le arrastra a estar cada vez más separado de Dios. Hieden y supuran mis llagas v.5, el Señor guía a este músico y compositor de salmos a expresar con palabras con mayor exactitud acerca del pecado humano, así como del desagrado y compasión divinos, los pecados son heridas! Así también lo dice Isaías en 1:6 refiriéndose directamente al pecado del pueblo de Dios: Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. El pecado impide a los hombres elevarse y avanzar, como una herida infectada a la que no se ha prestado el necesario cuidado. Así como la más leve herida, si se descuida puede tener consecuencias fatales, también el más pequeño pecado nos trae consecuencias fatales si no lo tratamos con la debida confesión y genuino arrepentimiento.
Sin embargo, vemos a David en los vv. 6, 8 y 10 como cayendo en la desesperación, afligiéndose bastante por haber sido echado tan bajo. Al igual que muchos cristianos desanimados, David trata de averiguar por qué se sentía tan vacío y quebrantado en espíritu. Para poder recobrar pronto la presencia de Dios es importante reconocer, lo más sinceramente posible, el propio pecado. Si no consideramos profundamente nuestra mala conducta humana, es totalmente posible que no lleguemos a entender la razón divina por la cual nos corrige. Esta acción, entonces, nos lleva a otro nivel más bajo, es decir, hacia uno de los dos destructivos extremos en los que cae una persona que no acierta en poder entender el desagrado y corrección de Dios, los cuales se observan claramente en las frases: “No tengo idea por qué me está sucediendo esto”. O por otro lado, “lo malo que hice me ha dejado tan herido que ya no tengo esperanza y Dios no quiere ni puede ayudarme”.
Es aquí donde tenemos que poner muchísima atención porque, si bien es cierto que cuando Dios nos reprende y disciplina, también permite que nos llegue alguna aflicción con el propósito de que volvamos a él; también es cierto que el diablo, quien anda como un feroz león, precisamente en este momento nos ataca con todas sus fuerzas procurando destruirnos. Cuando más vulnerables estamos, Satanás nos envía un espíritu de desánimo para tratar de convencernos de que Dios no nos ama. Ese poderoso demonio intensamente nos entorpece para que, por un lado, no reflexionemos con temor a Dios e impedir así, que veamos la justa y tierna mano divina sobre nosotros; o por otro lado, para convencernos que hemos atraído la ira de Dios por no haber cumplido sus normas y al igual que él, que hemos sido arrojados para siempre de la gracia de Dios. Por eso, Dios nos exhorta a no caer en la trampa del diablo: para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones. 2 Co.2:11. Y para que nunca más volvamos a dejarnos engañar, nos afirma categóricamente que junto con la prueba también nos da la salida para que podamos soportar Su reprensión e incluso llegar a amarla: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1Co.10:13.
Todo aquel que sinceramente busca el perdón y amor de Dios, con toda seguridad lo encuentra. No nos conformemos con menos.

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